"Fue aquí al Jardín de los Olivos que sufrí más interiormente que en todo el resto de mi Pasión, viéndome en un desistimiento general del cielo y la tierra, cargado de los pecados de todos los hombres." Parecí ante la santidad de Dios, que, sin respeto a mi inocencia, me arrugó en su furia, haciéndome beber el cáliz que contenía toda la hiel y la amargura de su justa indignación, como si había olvidado el nombre de padre, para sacrificarme a su justa cólera.
Ninguna criatura puede entender la grandeza de los tormentos que sufrí entonces. Es este mismo dolor que el alma seriamente pecadora experimenta, cuando parece ante el tribunal de la santidad divina que se hace más pesada sobre ella, la arruga, la oprime y la abisma en su justo rigor. Todas las noches del jueves al viernes, te haré participar en esta mortal tristeza que quise bien sufrir al jardín de los Olivos.
Y para acompañarme en este humilde rezo que presentaba entonces a mi Padre, te levantarás entre las once de la noche y medianoche, y te prosternarás la cara contra tierra, tanto para aliviar la divina cólera pidiendo misericordia para los pecadores, como para ablandar en alguna manera la amargura que sentía del abandono de mis apóstoles, lo que me obligó a reprocharles que no habían podido velar una hora conmigo."
(Vida y Obra II; 72 y 162)
Con el fin de responder a la llamada del Señor "así no tuvisteis la fuerza de velar una hora conmigo", aseguramos la Hora Santa una vez al mes en unión con Cristo en Getsemaní.
La Hora Santa tiene pues por objeto unirnos a los sentimientos del Corazón de Jesús agonizante al Jardín de los Olivos y rezar en espíritu de reparación para confortar al divino Amo.